Adolescence: crianza responsable, pero sin derrocar el patriarcado.
“Aprender a usar una máscara es la primera lección de masculinidad patriarcal que aprende un niño. Aprende que sus sentimientos más profundos no pueden expresarse si no se ajustan a las conductas aceptables que el sexismo define como masculinas. Al ser obligados a renunciar a su verdadero yo para alcanzar el ideal patriarcal, los niños aprenden a traicionarse a temprana edad y son recompensados por estos actos de destrucción del alma”.
—Bell Hooks.
La semana pasada se celebró la edición número setenta y siete de los premios Emmy, donde la miniserie Adolescence (dir. Philip Barantini) fue una de las principales ganadoras de la noche: en total obtuvo ocho premios. Esto es apenas un reflejo de los múltiples elogios que recibió, por parte de la audiencia, tras aparecer en el catálogo de Netflix a inicios de este año. Fue ese boca a boca lo que me llevó a ponerle play, pues quienes me conocen saben que no acostumbro a ver series de televisión. Y aunque reconozco muchas de sus virtudes, debo confesar que no me sumé al aplauso casi unánime que venía recibiendo. A continuación pretendo exponer las razones que me condujeron a esa leve decepción y, para ello, revelaré algunos detalles de la trama. Si aún no la han visto, les recomiendo que lo hagan: tiene apenas cuatro episodios que han dado mucho de qué hablar.

El mayor mérito de Adolescence, según lo que he observado, recae en el qué: la serie hace una acertada radiografía del impacto que tiene la llamada “manósfera” y la comunidad incel, hoy en día, en el comportamiento de nuestros jóvenes. También se celebra mucho el cómo: esto lo hace a través de planos secuencia, donde seguimos la historia de Jamie (interpretado magistralmente por Owen Cooper), un chico de 13 años acusado de haber asesinado a una de sus compañeras de escuela. Este recurso se emplea de un modo muy interesante, pues obliga a que el espectador se adentre en un relato que se cuenta de manera discontinua a través de intervalos que no tienen corte alguno —el primer capítulo sucede el día del arresto, el segundo a los tres días, el tercero pasa siete meses después y el último trece meses más adelante: cada episodio está grabado en una única toma genuina—. Esto alimenta la tensión y permite que se puedan aprovechar los silencios para ir rellenando ciertos espacios en blanco, pues aquí es tan importante lo que se muestra como lo que no. Algunos espectadores pueden tomar la ruta errada desde el inicio y pensar que todo se trata de un misterio en el que, posiblemente, Jamie es inocente y alguien más cometió el crimen; sin embargo, al final del primer capítulo, tanto el padre de Jamie, Eddie (un excelente Stephen Graham), como nosotros vemos una grabación que nos deja claro que esto no es así, que el culpable es evidente y lo que nos interesa, de ahí en adelante, es desentrañar los sucesos que llevaron a ese fatídico desenlace. En ese sentido, aunque el primer capítulo de Adolescence llega a tener un tono cercano al true crime y al género de suspenso, eso es tan solo un gancho; después, la serie se convierte en algo mucho más cercano al cine social, lo cual me parece uno de sus mayores aciertos.
Continuando con lo que me gustó de la serie, voy a centrarme en el capítulo tres, dado que lo considero el mejor del conjunto. En él, seguimos el punto de vista de la Dra. Briony Ariston (Erin Doherty, quien ofrece mi actuación preferida del elenco, y eso dice mucho considerando lo bien que están todos), una mujer a cargo de entrevistar a Jamie para hacerle un perfil psicológico. La mayor parte de la acción transcurre en una habitación cerrada, donde vemos al adolescente incomodarse ante las preguntas que ella le hace, relacionadas con su propia visión de la masculinidad, la relación con su padre, y su intimidad —o falta de— con las mujeres. Jamie, en un par de ocasiones, llega a responder de forma agresiva, y la anticipación a sus arrebatos se transmite muy bien a partir de la iluminación y el diseño sonoro. Aun así, lo que sucede fuera de la habitación es todavía más interesante: la psicóloga, tanto al momento en que llega como cuando debe salir a tomar aire, se ve interpelada por un guardia de seguridad que le hace comentarios poco profesionales (por decirlo de manera benévola). En primera instancia, le reprocha que ya vaya por su quinta sesión, mientras que a su colega —masculino— nada más le tomó tres: a esto, ella responde que se trata de hacer el mejor reporte, no el más rápido. Por otra parte, vemos que el hombre habla de manera jocosa, e incluso le coquetea ligeramente, lo cual hace que sus instrucciones sean todavía más incómodas. Con apenas un par de escenas, la serie muestra la amplitud del espectro en el que opera la violencia misógina: desde la ira explosiva de un feminicida hasta el trato paternalista y burlesco de un hombre común. Además, nos revela que, en el fondo, ellos solo tienen la intención de agradarle a las mujeres —de ser validados por ellas—: el dilema está en que, para conseguirlo, no les importa si deben llevarlas a estados vulnerables. Jamie dice esto, de manera explícita, al contar que invitó a salir a su víctima después de que se filtraran sus fotos íntimas en la escuela (y ella igual se opuso a sus avances, lo que terminó desencadenando la tragedia), pero también lo demuestra en sus interacciones con Briony.

En resumen, Adolescence logra retratar muy bien la mentalidad misógina que promueven los grupos que se suelen englobar bajo la manósfera. Ahora bien, esta no se conforma únicamente por los incels: también incluye al movimiento MGTOW (abreviatura para Men Going Their Own Way), los activistas por los derechos de los hombres (lo cual puede sonar noble, pero en la práctica terminan siendo los grupos antifeministas de toda la vida) y los autodenominados artistas del ligue. En la serie solo se menciona a los primeros, y se hace una asociación vaga entre dicha comunidad y Andrew Tate, aunque este pertenezca al último grupo. La precisión me parece importante porque, si bien los incels tienen la visión del mundo más catastrófica, en general todos estas subculturas comparten las mismas ideas: la noción de la píldora roja, la creencia de que las mujeres son hipérgamas por naturaleza y se ciñen a la regla del 80/20 (que muy diligentemente la serie nos explica dos veces: el 80% de las mujeres se sienten atraídas solo por el 20% de los hombres, sin ir más a fondo), ver la búsqueda de pareja como un “mercado sexual”, etc. La diferencia recae en que los otros grupos no llevan dichas ideas al extremo del autodesprecio, sino hacia estilos de vida más aceptados e incluso celebrados. De hecho, pueden hacer el ejercicio de ir a preguntarle a sus amigos hombres —o si se usted se identifica como tal, hacer la introspección— si ellos piensan que las mujeres tienen una predisposición natural a buscar pareja con un estatus social o un atractivo físico superior al de ellas (esto es la base de la “hipergamia femenina” y la subsecuente interpretación errada del principio de pareto que se hace en la manósfera), o si creen que el feminismo ha llegado demasiado lejos y que lo único que ha logrado es hacer que las mujeres tengan privilegios por encima de los hombres (esto es lo que diría alguien que “ha tomado la píldora roja”). Tal vez la mayoría de ellos no iría con un cuchillo a atacar a una mujer que los haya rechazado en el pasado, claro, pero son muchos los ciudadanos de a pie darían que crédito a los pensamientos de Jamie, originados en una misoginia sutil y culturalmente aprendida, incluso si no llegan a cometer sus mismas atrocidades.
Desde una perspectiva social, Adolescence atina en abordar este fenómeno como algo complejo, y muestra que Jamie es apenas un producto del entorno que lo rodea. Podemos ver que sus profesores son distantes, que sus amigos también cuentan con una autoestima baja, y que él solo es capaz de expresar su frustración en arrebatos violentos, tal como lo hace su padre en el último capítulo: aquí, la familia trata de seguir su vida con normalidad, pero sus vecinos los siguen estigmatizando. Al final del episodio, los padres del asesino se preguntan, entre lágrimas, qué hicieron mal y qué podrían haber hecho diferente. Ellos concluyen que la respuesta es “nada”, pues aparte de las instituciones acostumbradas (escuela, familia…), Jamie también se vio influenciado por el internet y, de acuerdo con ellos, es prácticamente imposible que alguien pueda controlar las ideas peligrosas que se fomentan en las redes sociales. De este modo, la serie parece apuntar a una suerte de moraleja e invita a hacerse la pregunta de ¿cómo podemos criar bien a nuestros hijos en el caos de la era digital? A mí me surge, entonces, otra inquietud: ¿por qué relegar la responsabilidad a los padres, en vez de señalar al segmento político responsable de propagar estas ideas nocivas e invitar a desmantelar las estructuras patriarcales que favorecen su asimilación?

Desde un punto de vista político, Adolescence es bastante tímida —tibia, dirían por ahí—, y eso que es fácil asociar las características del imaginario de la manósfera con los objetivos de ciertas políticas promovidas, en la actualidad, por distintos grupos de derecha. Precisamente, es el ascenso de la ultraderecha en varias partes del mundo lo que ha permitido que este tipo de discursos proliferen cada vez más en internet. Las redes sociales no son entes etéreos contra los que estamos indefensos, como sugieren los padres de Jamie, sino que se pueden ver como productos que responden a intereses políticos y económicos. En los últimos años se han hecho estudios de cómo el algoritmo de Instagram suele recomendar más contenido alt-right a hombres jóvenes que a mujeres de su misma edad y, por supuesto, de cómo el algoritmo de X (que yo aún sigo llamando Twitter) le ha otorgado mayor popularidad a publicaciones conservadoras y reaccionarias desde que Elon Musk la compró en 2022. Por ende, si bien es cierto que los padres podrían compartir más tiempo con sus hijos, abrir espacios de diálogo en familia para saber cómo se sienten, educarlos mejor… difícilmente podrán alterar el funcionamiento de unos sistemas informáticos que pueden radicalizar a cualquiera de manera silenciosa, y mucho menos cambiar el contexto y el panorama neoliberal en el que están embebidos. El problema que se plantea en Adolescence parece no tener solución para sus personajes porque, en efecto, dos personas no pueden resolverlo en casa: se trata, en su lugar, de un asunto estructural que puede cambiar mediante la acción colectiva, pero lo más probable es que ese mensaje le habría costado un poco de popularidad a la miniserie.
Ahora bien, esto es apenas una cara de la moneda: las adolescentes, hoy en día, también se ven expuestas a discursos semejantes, pero ocultos bajo frazadas tales como “mujeres de alto valor” y “abrazar tu energía femenina”. Esto último, cabe aclarar, parte de una interpretación errónea de las nociones de energía masculina (shiva) y energía femenina (shakti) que provienen de las tradiciones hindúes: aunque la conceptualización, por sí misma, también puede ser objeto de debate, lo que propone, en últimas, es que una persona debería tener ambas energías equilibradas dentro de sí para vivir plenamente. Y esta idea, que me parece bastante sensata, no es lo que promueve el discurso que se ha venido popularizando estos últimos años en plataformas como TikTok, sino todo lo contrario: los perfiles que desinforman al respecto dicen que las mujeres contemporáneas deben reconectar con su “energía femenina” (esto es: ser dóciles, dedicarse a las tareas de cuidado, querer ser protegidas…) y que los hombres, por su parte, deben ser proveedores, ambiciosos y masculinos… En otras palabras: esto no es más que una forma de volver a los roles de género tradicionales y, al igual que la manósfera, su discurso ni es inocente ni surge en el vacío, sino que favorece una agenda específica. El alza en la popularidad de las tradwives es, por ejemplo, solo una de las muchas manifestaciones en las que derivan tales ideas. Al respecto, la película Don’t Worry Darling (dir. Olivia Wilde) hacía un abordaje bastante irregular, pero, para entonces, ya lograba caricaturizar a los incels a través del personaje de Harry Styles: hay una escena en la este que se pone a bailar a petición del patriarca de turno, mostrándolo, así, como alguien sumiso y sin capacidad de cuestionamiento.

La miniserie, por otra parte, tampoco es la primera en cruzar el fenómeno de la manósfera con la juventud: pienso, digamos, en la película Better Watch Out (dir. Chris Peckover), una comedia de terror del 2016 que satiriza a la comunidad incel, haciendo eco de sus ideas mediante el personaje de un niño con tintes sociópatas. A pesar de ello, debo admitir que Adolescence tal vez sí sea pionera en abordar este fenómeno de una manera explícita, desde un drama cuya principal preocupación es comprender y no sumarse a la burla. Y la intención se agradece, por supuesto, pero es aquí donde los creadores optan por compensar el ingenio y la mordacidad que tenían las propuestas anteriores con un manejo de cámara más vistoso. Para expandir en esta idea, voy a profundizar en el segundo capítulo de Adolescence, pues es aquí donde la serie decide explicarle al espectador (mediante un diálogo entre dos personajes) en qué consiste la manósfera, los incels y todo ello, pero lo hace por encimita: arroja las suficientes palabras clave para que la tachen de urgente, necesaria y relevante. Sin embargo, para los que conocen del tema un poco más a profundidad, ese didactismo le termina jugando en contra, porque da la impresión de quedarse corto en algunos ámbitos de este fenómeno, como los que ya expuse. En este capítulo también se nos muestra el entorno escolar de Jamie: por tal razón, podría ser el de mayor destreza técnica. Hay un montón de extras que deben estar coordinados para no entorpecer el rodaje en sus momentos más caóticos y, en un punto, la cámara se engancha a un dron: así, preservando la toma sin cortes, llegamos a otro escenario, donde está Eddie dejando flores en memoria de Katie (Emilia Holliday), la chica asesinada por su hijo.
En cuanto escribí la última frase, noté que no había hablado de Katie en todo lo que llevo del texto: esto es curioso si consideramos, de nuevo, el segundo episodio. Uno de sus diálogos cruciales viene por parte de la detective Misha Frank (interpretada por Faye Marsay): ella dice que lo que más le molesta de este tipo de casos es que Jamie va a ocupar los titulares, mientras que nadie va a recordar a la víctima. Esto parece, entonces, un intento de absolución por parte de los guionistas por haber centrado la serie en Jamie, su familia, lo mal que ellos lo están pasando… y por no hablar tanto de Katie y los suyos —lo único que conocemos de ella es gracias a su mejor amiga, Jade (Fatima Bojang), y a las especulaciones de los detectives a cargo del caso—: que la discusión alrededor de la serie se haya decantado, principalmente, por cómo podemos afrontar la “crisis de masculinidad” actual y muy poco por cómo podemos implementar estrategias para evitar que más mujeres sean víctimas de ataques semejantes es apenas la consecuencia lógica de tal enfoque. Por todos estos motivos diría que Adolescence, pese a que el primer y tercer episodio me gustaron mucho, no terminó por cautivarme al 100% en sus capítulos pares: porque da la impresión de que todo ese virtuosismo en su forma, al final, está ahí para maquillar las carencias en su fondo.
